domingo, 30 de noviembre de 2008

En el borde del mundo


Este es el titulo de las memorias del juez Juan Guzmán Tapia, editadas por Anagrama y que vienen a constituir un valioso aporte a la hora de revisar bibliografía que revise nuestra historia política. Lo primero que sorprende es que el curso de los acontecimientos quizo que fuese un hombre que nunca se vio a si mismo como parte del "aparato" judicial, quien a la postre juzgara al dictador chileno por su responsabilidad en los crímenes cometidos durante su mandato, en dos casos emblemáticos : caravana de la muerte y calle conferencia.
Pero partamos por el principio, Juan Guzmán se nos presenta como un niño y luego un joven formado en un hogar de profundo contacto con el mundo de la cultura, ávido lector lleno de inquietudes humanistas imbuido de un gran sentido ético y estético a la hora de planificar su vida, rodeado siempre sus primeros años de buena parte de la intelectualidad o intelligentsia de la época, absorbe y asimila una profunda mirada humanista sobre el hombre, es esto que deriva en su elección por el mundo de las leyes, una mirada que busca el equilibrio que se supone restituye la justicia cuando ha sido quebrantado, y que finalmente y virtualmente desemboca en que sea el quien tome causas ejemplares de los horrores cometidos por la dictadura pinochetista.
Lo otro que trasunta el libro es una suerte de mea culpa, autodeclarado hombre de derechas, nunca vio o no supo ver a tiempo y en su momento las reales dimensiones del golpe de estado de 1973, de hecho es uno de los que destapó una botella de champagne al enterarse de lo ocurrido la mañana del once, de ahí en adelante el relato coma el caríz de un viaje al infierno, con algo de relato dantesco, va entrando paso a paso en el infierno de las violaciones a los derechos humanos y va tomando conciencia de la barbarie que cometieron los militares en este aspecto, es ahí donde el jurista, contra todos los poderes del momento ( fácticos y de hecho) se retrotrae a los ideales del joven estudiante de derecho y emprende la labor de restituir el orden alterado, aplicando en profundidad el concepto de justicia.
Quijote que hubo de esquivar cientos de molinos, que buscaban por distintas razones ( desde las de estado hasta las de corte fascista ) el que se procesara y juzgara al autor intelectual de la barbarie, llegó hasta donde pudo.
Nos deja en sus memorias plasmada la vida de un ser profundamente ético y humanista, un profesional responsable y un hombre genuinamente preocupado del prójimo, una lección de vida no solo para quienes siguen las leyes como derrotero profesional, sino para todos los que sienten que la dignidad humana es el bien supremo que debemos cautelar.
Fue una suerte tenerlo como parte del poder judicial en el momento preciso y en las más apremiantes circunstancias, se extrañan jueces de esa estatura moral para administrar un poder de pocas luces y profundas sombras en nuestra historia.

José Luis A.


viernes, 28 de noviembre de 2008

Tony Manero


Tony Manero es un gran salto cualitativo del director Pablo Larraín en relación a su opera prima Fuga, si en esta última abundaban las imagenes grandilocuentes y un tanto vacuas, dentro de un relato ampuloso y sin nervio, en Tony Manero sorprende gratamente la economía de recursos y lo compacto de un guión que sabe ir al grano de inmediato, manejando los distintos niveles del relato de forma certera y limpia.

Desde la primera escena es decidor el tono y el enfoque que se da a la historia, cuando a Raúl Peralta ( un excelente Alfredo Castro ) le preguntan su nombre contesta Tony Manero, esto da la pauta de todo lo que vendrá a continuación, Peralta no existe virtualmente, Manero es la figura sicológico-político-social que sostiene toda la cinta, un ser enfermo a cuyo alrededor orbitan, por y para el, personajes que justifican su accionar solo en relación a lo que aporten o no aporten al protagonista, un ser desquiciado, prolongación y metáfora de una sociedad enferma y sucia en manos de una dictadura y sus mass media ( en este caso el cine ) donde cualquier actividad antisistemica es vigilada y reprimida por los esbirros del pinochetismo.

Más que un viaje hacia la locura, el filme es un viaje a través de ella, en Tony Manero casi no hay progresión dramática en un sentido estricto, solo dos elementos: la preparación del show y la presentación al concurso, empujan la peripecia.

De alguna forma se impone la lectura política del filme, un ser individual ( Manero ) y uno colectivo ( los jóvenes ) en abierto complemento ( el show ) y choque ( la acción e ideales antidictadura ) que forman un solo cuerpo social en crisis ( aun no resuelta a mi pensar ) que avanza hacia un incierto destino, los jóvenes "presumiblemente" terminan muertos y desaparecidos y Manero sigue su camino de locura y sangre, presa de una mente alienada que no se detiene ante nada.

Sorprende gratamente que un joven director proveniente de una familia que profesa la ideología que fue sustento de la dictadura, haya concebido un filme como este, habla bien de el y de su percepción de nuestro pasado reciente.
José Luis A.