...Estúpidos cerdos, aullé levantándome, ensuciais el espíritu mismo del amor.
La calle estaba vacía. No había más que la luna que continuaba sus murmullos de agua.
¿Cuál es la mejor bagatela, cúal es la alhaja más bella, cuál es la almendra más jugosa?
Ante esta visión me sonrreí.
No es el diablo, ya lo vez, me dijo ella.
Y no, no era el diablo, mi criadita estaba en mis brazos.
-Hace tanto, pero tanto, me dijo, que te deseaba.
Y fue el puente de la gran noche. La luna volvió a treparse al cielo, Hoffmann se soterró en su cueva, todos los fondistas recuperaron su lugar, ya no había más que el amor: Eloisa con abrigo, Abelardo con tiara, Cleopatra con áspide, todas las lenguas de la sombra, todas las estrellas de la locura.
Fue el amor como mar, como el pecado, como la vida, como la muerte.
El amor bajo las arcadas, el amor en el estanque, el amor en un lecho, el amor como la yedra, el amor como macareo.
El amor grande como los cuentos, el amor como la pintura, el amor como todo lo que es.
Y todo eso en una mujer tan pequeña, en un corazón tan momificado, en un pensamiento tan restringido, pero el mío pensaba por dos.
Del fondo de una ebriedad insondable, el pintor sobrecogido de vértigo se desesperaba súbitamente. Pero la noche estaba bellísima. Todos los estudiantes regresaron a sus habitaciones, el pintor recobró sus cipreces. A mi pensamiento lo llenó poco a poco una luz de fin de mundo. Y pronto no hubo más que una inmensa montaña de hielo sobre la que colgaba una cabellera rubia.
Antonin Artaud, un fragmento de "La vidriera de Amor".
José Luis A.
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